miércoles, 25 de noviembre de 2009

Madres coraje

Por Daniela Celia


En la noche más oscura, iluminaron el camino, rompieron el silencio,
parieron el coraje y
siguen resistiendo

Mural dedicado por hermanos de desaparecidos


Todo está guardado en la memoria”, canta León Gieco en una de sus letras más aclamadas. Y los recuerdos de Mirta Acuña de Baravalle le dan la razón. Ella fue una de las catorce mujeres que estuvo en la primera ronda que, un tiempo después, daría origen a uno de los movimientos humanitarios de mayor prestigio en todo el mundo.

El 30 de abril de 1977, año del primer aniversario del golpe de Estado que derrocó a María Estela Martínez de Perón, un grupo de madres pisó la histórica Plaza de Mayo. Sin embargo, lejos estaban de participar de una celebración. Ese día, transformaron su dolor en resistencia y emprendieron una lucha conjunta que, a más de 33 años, todavía continúa.

Azucena Villaflor, Berta Braverman, Haydee García Buelas, María Adela Gard de Antokoletz, Julia Gard, María Mercedes Gard y Cándida Gard (cuatro hermanas), Delicia Miranda, Elida Caimi, Beatriz Neuhaus, Raquel Arcuschin, Raquel Radio de Marrizcurrena, Josefina García de Noia y Mirta exigieron por primera vez a Jorge Rafael Videla, presidente de facto en ese entonces de la dictadura militar más atroz, que les informara el paradero de sus hijos. No tuvieron suerte.

“Convocamos a los familiares en general, no se determinó quién iba y quién no. Pero dio la casualidad que todas reaccionamos igual: los hombres corrían peligro. En cambio, nosotras no. Ya nos unía una fuerte conexión”, asegura Mirta.

Esa tarde del sábado feriado no había un alma en el corazón del microcentro porteño: bajo un calor insoportable, las únicas compañías que tenían, en 19.713 metros cuadrados, eran las palomas y los granaderos que vigilaban habitualmente.

A pesar de que la idea era congregar a la mayor cantidad de gente para que su reclamo fuera oído en la Casa de Gobierno, la propuesta no tuvo la repercusión que ellas esperaban. Enseguida comprendieron que había sido un error elegir un sábado para la reunión porque, al no ser laborable, las oficinas estaban vacías. Ni siquiera Videla estaba en su despacho.

A la semana siguiente, la cita se pasó para los viernes pero también duró poco: alguien exclamó que traería mala suerte al asociarlo con “día de brujas” y debieron cambiarlo una vez más. El próximo encuentro fue un jueves a las 15:30 y ya no se modificó, sin importar las condiciones climáticas. Aunque ninguna de ellas sospechó que la espera se prolongaría tantos años.

Aquella vez, no dieron vuelta a la Pirámide, como lo hacen hoy: sentadas en el piso, cada una se presentó y contó cómo y cuándo habían secuestrado a sus hijos. El objetivo era resistir ante la atenta mirada de los militares. Al poco tiempo, los policías les ordenaron “circular de a dos” por el estado de sitio y así las mujeres comenzaron a caminar alrededor del monumento principal, símbolo de la Libertad, unidas por el dolor.

Vida eterna

Cuesta creer que una fuerza tan grande quepa en un cuerpo tan pequeño. Mirta habla con serenidad, como si el avance de las agujas del reloj no le importara. E hilvana los hechos de treinta y tres años atrás con una precisión asombrosa. Es que su tiempo quedó detenido el 27 de agosto de 1976, cuando en menos de quince minutos dos grupos operativos entraron en su casa y el segundo, armado con Itacas, encontró lo que buscaba.

El sonido de unos tacos resonó con firmeza al dar un paso hacia adelante para responder “¿Quién es Ana?”. La valentía de esa joven que estaba por recibirse de socióloga se topó con la fiereza de hombres inescrupulosos que cumplían órdenes a la perfección. Ese día, Ana María fue secuestrada junto a su marido, Julio Cesar Galizzi, cuando transitaba el quinto mes de embarazo. Aún hoy, esta mujer de ojos claros no tiene demasiadas noticias sobre lo que sucedió con sus familiares, salvo que su nieta o nieto nació el 12 de enero.

“En el momento que se llevaron a mi hija, supe que tenía que tomar una decisión: o lucho o muero”, rememora la integrante de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Así fue como conoció a tantas otras que padecían el mismo dolor y encontró en ese lugar su refugio. “El camino de búsqueda es muy desolador porque sentís que no hay nadie más en el mundo. Sin embargo, mientras estamos todas juntas, nos transmitimos fuerza mutuamente.”

Cayó la dictadura, pasaron 33 años y esas mujeres, como tantas otras que se sumaron con el correr de los días, todavía vuelven cada semana a caminar alrededor de la Pirámide de Mayo, con la esperanza de conseguir justicia.

“La Plaza es el pulmón de las Madres. Ahí siempre estarán presentes nuestros desaparecidos. Pasará el tiempo pero el mundo entero nunca olvidará a nuestros hijos y nietos. La vida acá va a ser eterna”, se enorgullece esta abuela que aún lucha por conocer la verdad.



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